Una tras otra las nubes
desfilan hacia el ocaso,
la tarde vence de sueños
y se retira al descanso.
Los verdes pasan a ocres:
rojo, amarillo, dorados;
la noche guarda silencio
al saltar por los tejados.
Incluso el río en el puente,
donde su voz es más brava,
parece que de puntillas
cruzan calladas sus aguas.
Los sentidos se agudizan,
oigo unos perros ladrando,
y las copas de los chopos
saludan desde el barranco.
Desde lo alto del monte
veo los campos soñando,
ya dejaron sus labores,
se tapan de oscuro manto.
Mi pasear se hace lento,
me gusta el olor a leña
que la niebla de ese humo
va perfumando en la tierra.
Ya veo brillar las piedras,
al final de mi sendero,
que la farola calientan
como si fuera un brasero.
El aire silba a mi lado,
la calle quedó vacía,
y la sombra de la tapia
ahora es extensa y fría.
Y ahí se distinguen las nubes,
ya los colores son fuego,
y el frío de un nuevo invierno
se apoderó de mis huesos.
Es racó de na Xisca