martes, 9 de febrero de 2016

"Tanto que decirte, y ya no puedo"

Hoy quiero escribirte.

La verdad no sé cómo empezar de tantas cosas que tengo en mi cabeza.

Siento una aflicción en el alma; yo estoy viva, me quedan tus sueños que se expanden cada día, me quedan tus palabras, tu risa.

Me queda tú bello recuerdo que junto a la tristeza van encontrando las grietas de mi alma por las que emergen éstas lágrimas.

Me creí una mujer fuerte, capaz de soportar lo insoportable, y solo tu muerte me enseñó cuán débil soy.

Mi dulce hermano; te amé, te amo y te seguiré amando, y ahora necesito alivio, pero necesito que me lo des tú.

Pienso en nuestros escasos encuentros que hoy extraño, o como el imaginarte exitoso hoy en día, o nuestra conversación de aquél 13 de diciembre de 1990 cuando te vi por última vez.

En ningún diccionario encontraré las suficientes palabras para expresarte todo el dolor que siento por tu impensada perdida.

Ahora la congoja me invade, me traspasa el corazón. Sigues vivo en mi mente, en mi alma, te sigo amando con toda mi razón; ahora todo es diferente, tú estás en el cielo.

Muchas veces escuché decir que la vida había que vivirla intensamente porque uno nunca sabe "si hoy es nuestro último día", y, ciertamente, viviste para tus hermanos, para mamá y papá, para todos los que te conocieron y eso era hermoso, ¡tan hermoso! que nunca nadie podrá quitarme esos recuerdos. Y a pesar de que todos sabemos que nada ni nadie habrán de ahorrarnos el final, siento que a ti, la vida se te fué muy rápido.

Entiendo que la muerte es una realidad por la que todos pasamos y que tarde o temprano atravesaremos a lo largo de nuestra vida, pero tú muerte nos dejó sin palabras, particularmente se me hace difícil expresar lo que siento; una confusión de rabia, impotencia, y dolor.

Me aferro a algo que físicamente no existe, parece que me hubieran arrancado una parte vital de mi ser. ¡Acepto tu ausencia, pero el vacío es demasiado inmenso!

Con el permiso y la consideración del gran escritor y novelista don Gabriel García Márquez, me despido de ti, reproduciendo una carta de despedida que muchos han atribuido al gran autor de Cien años de soledad:

"Si por un instante Dios olvidara, que soy una marioneta de trapo, y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera.

Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos perdemos sesenta segundos de luz.

Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen, tantas cosas he aprendido de vosotros pero realmente de mucho no habrá de servir, porque cuando me guarden dentro de esa maleta infelizmente me estaré muriendo".

He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad esta en la forma de subir la escarpada.

He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño el dedo de su padre o su madre, los tiene atrapados para siempre.

He aprendido que un hombre solo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.

Si hubiera sabido que eran mis últimos momentos que te vería, te hubiese dicho "te quiero" y no asumiría tontamente que ya lo sabias". Te hubiera dado muchos más abrazos eternos, pero no pensaba ya no verte más".

"Bruno, hermano de mi corazón: vivo con tus sueños, sueños que son recuerdos, recuerdos que serán eternos".

  Xisca Carbó en
Es racó de na Xisca